Herman Van Rompuy y José Manuel Durão Barroso:
«De la guerra a la paz: una historia europea»
Versión resumida del discurso que Herman Van Rompuy y José Manuel Durão Barroso, Presidentes del Consejo Europeo y de la Comisión Europea, respectivamente, han pronunciado en Oslo con motivo de la ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz.
La guerra es tan vieja como Europa y ha dejado en ella, amén de muchas otras, cicatrices de lanzas y espadas, de cañones y fusiles, de trincheras y tanques. Sin embargo, después de que nuestro continente, y el mundo con él, se vieran sumidos en dos guerras terribles, la paz fue posible en Europa.
En los lúgubres días de la posguerra, muchos corazones aún rezumaban resentimiento y dolor. Audaz fue, por tanto, la apuesta de los padres fundadores de Europa al afirmar que sí podíamos acabar con el ciclo interminable de violencia, que sí podíamos poner fin a la lógica de la venganza, que podíamos construir, juntos, un brillante futuro.
Por supuesto que la paz podría haber llegado a Europa sin la Unión. Quizás, pero esa paz nunca habría tenido la misma consistencia. No habría sido una paz duradera, sino un gélido alto el fuego.
La reconciliación es lo que hace que esta paz sea tan especial. No se trata simplemente de pasar página, trasciende del olvido y del perdón. La visión de Adenauer y De Gaulle juntos en la catedral de Reims es una de esas emotivas imágenes que contribuyeron a cerrar las cicatrices de la Europa de la posguerra. Otras imágenes me vienen a la memoria. Los representantes de seis Estados reunidos en Roma para abrir un futuro nuevo. Willy Brandt arrodillándose en Varsovia. Los estibadores de Gdansk manifestándose a las puertas de sus astilleros. Mitterrand y Kohl juntos, dándose la mano. Rostropovich interpretando a Bach ante el derruido muro de Berlín.
Pero los gestos simbólicos no bastan por sí solos para cimentar la paz. Es aquí donde entra en juego el «arma secreta» de la Unión Europea: una fórmula sin parangón para estrechar nuestros intereses tanto como para que la guerra sea materialmente imposible. A través de la negociación permanente, sobre un número cada vez mayor de asuntos, con un número cada vez mayor de países.
Reconozcámoslo, algunos aspectos pueden ser desconcertantes. Ministros de países sin litoral negociando apasionadamente las cuotas pesqueras. Eurodiputados de países escandinavos debatiendo sobre el precio del aceite de oliva. La Unión ha perfeccionado el arte del compromiso. Ni dramas, ni victorias, ni derrotas; a todos los países se les garantiza una salida airosa de las negociaciones.
Ese arma funcionó. La paz es una realidad. La guerra es inconcebible. Sin embargo, «inconcebible» no significa necesariamente «imposible». Este es el motivo por el que nos hemos reunido, hoy aquí, en Oslo. Europa debe mantener su promesa de paz. Sin embargo, no puede seguir valiéndose de esta promesa para movilizar a sus ciudadanos.
Esta última afirmación es hoy más evidente que nunca, cuando la peor crisis económica en dos generaciones nos golpea, provocando grandes privaciones entre nuestros conciudadanos y poniendo a prueba la solidez de los lazos políticos de la Unión.
Familias que llegan a duras penas a final de mes, trabajadores que acaban de perder su puesto de trabajo, estudiantes que temen que, por mucho que lo intenten, no encontrarán su primer empleo: todos ellos al pensar en Europa, no es la paz lo primero que les viene en mente…
Estamos trabajando con denuedo para superar las dificultades, reactivar el crecimiento y crear empleo. Estamos seguros de que lo conseguiremos.
La Unión Europea no consiste únicamente en que haya paz entre las naciones. Como proyecto político, encarna – utilizando la definición de paz de Spinoza – «un estado mental, una disposición a la benevolencia, la confianza y la justicia».
Otros momentos históricos subrayan esta idea. Portugal, España y Grecia celebrando el triunfo de la democracia y la libertad. Esa misma sensación de alegría se vivió con posterioridad en Europa Central y Oriental y en los Estados Bálticos.
La búsqueda de la libertad y la democracia hizo posible la reunificación del continente. La Unión Europea se ha convertido en nuestra casa común. La «patria de nuestras patrias» como la llamaba Vaclav Havel.
Los padres fundadores comprendieron que para garantizar la paz en el siglo XX tenían que dejar atrás la idea del Estado-nación y mirar más lejos. La singularidad del proyecto europeo radica en haber combinado la legitimidad de los Estados democráticos con la legitimidad de unas instituciones supranacionales que protegen el interés general europeo.
La búsqueda de la unidad europea no constituye un fin en sí misma, sino un medio para alcanzar metas más altas. Plasma la búsqueda de un orden «cosmopolítico». A pesar de sus imperfecciones, la Unión Europea es una poderosa fuente de inspiración para muchas personas en todo el mundo. Por encima de nuestro país, de nuestro continente, todos formamos parte de la humanidad.
El compromiso específico de la Unión Europea a escala mundial está profundamente marcado por la trágica experiencia que para nuestro continente han supuesto los nacionalismos exacerbados, las guerras y la Shoah, encarnación suprema de la maldad, y se inspira en nuestro deseo de evitar que vuelvan a cometerse los mismos errores.
Esta es la piedra angular de nuestro enfoque multilateral y de las relaciones con nuestros socios internacionales; define nuestra posición contra la pena de muerte y nuestro apoyo a la justicia internacional; nuestro liderazgo en la lucha contra el cambio climático y en pro de la seguridad alimentaria y energética, así como nuestras política a favor del desarmen y contra la proliferación nuclear.
Como continente que ha sabido pasar de la devastación a ser una de las economías más poderosas del mundo, tenemos una responsabilidad especial frente a millones de personas necesitadas. Como una comunidad de naciones que ha combatido los totalitarismos, siempre estaremos al lado de los que persiguen la paz y la justicia, la democracia y la dignidad humana. No nos olvidamos de los defensores de los derechos humanos que, en cualquier parte del mundo, ponen en peligro sus vidas por defender los valores que respetamos. Ninguna cárcel silenciará sus voces.
Como una Unión edificada sobre el valor de la igualdad entre mujeres y hombres, estamos empeñados en proteger los derechos de las mujeres en todo el mundo. Conferimos especial importancia a los derechos de los más vulnerables: los niños de este mundo.
La «pacificación de Europa» era una de las principales preocupaciones de Alfred Nobel. En una de las primeras versiones de su testamento, incluso la equiparaba a la paz internacional. A lo largo de los últimos sesenta años, la Unión Europea ha demostrado que es posible que los pueblos y las naciones se unan por encima de las fronteras.
Nuestro continente, que resurgió de las cenizas tras 1945 y se reunificó en 1989, tiene una gran capacidad para reinventarse. Corresponderá a las generaciones venideras, hacer que esta aventura común siga avanzando. Confiamos en que asumirán esa responsabilidad con orgullo y que serán capaces de decir, como hoy nosotros aquí en Oslo: estoy orgulloso de ser europeo.
Nobel Peace Prize 2012
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